sábado, 22 de enero de 2011

La abuela de Caperucita

El relato "La abuela de Caperucita" forma parte de un conjunto de relatos en gallego que  aquí encontrareis completos





Soy la abuelita por antonomasia, esto es, la abuela de Caperucita... Cambien de chip, por favor, no caigan en el topicazo de verme como a una rechoncha anciana, con sus gafas pasadas de moda y moño. Soy una mujer independiente, sana y fuerte. Soy una tía de curvas firmes y espalda flexible, que curra en el campo, usa botas de gore-tex, y camina diez kilómetros al día sin signos de agotamiento. Me quedé viuda hace diez años. Mi marido y yo fuimos felices con altibajos y practicamos sexo vigoroso y saludable hasta la mismísima noche de su defunción, el pobre murió de repente, atragantado por un hueso de pollo. Sufrí el duelo. Al principio me encontré perdida ¡Llevaba tantos años siendo media naranja! pero poco a poco fui organizando mi vida según mis propias apetencias, lo cual no había sido posible en todos estos años, crié cuatro hijos,  y además mi marido era un hombre familiar que se empeñó en llenar la casa de cuñados y sobrinos, con lo que pasé los treinta años de mi matrimonio cocinando, limpiando, charlando y comiendo con familiares. Una vez enviudada, decidí cambiar de vida, disfrutar de mis lecturas, de mis perros y de mis paseos. Estaba francamente harta de vivir rodeada de gente. Mis hijos crecieron, están independizados, algunos casados y llevan sus vidas, de modo que quiero vivir estos años que me quedan en paz conmigo misma, con mi interior, lo cual no crean que es sencillo, dada la tendencia a creer que el que se aísla es raro, enfermo o ha caído en una terrible depresión. Mi hija Inés, la madre de Caperucita, es la que peor lo lleva. De siempre ha sido una persona preocupadiza e insegura que pone en los demás sus propios sentimientos.
-Por favor, mamá, ¿Cómo vas a vivir sola en el bosque a tu edad?
Me vine al bosque cercano a su pueblo para que me tenga a mano, sé que necesita tenerme a mano... Inés me invita todos los días a comer a su casa, no entiende que disfrute comiéndome un potajito en la magnífica soledad de mi cocina con vistas al arbolado y se molesta cuando no voy. Normalmente lo hago en moto, lo cual también le preocupa, salvo cuando llueve, que voy en la autocaravana, antes de mi retirarme al bosque me recorrí Europa en caravana, un sueño que teníamos pensado hacer mi marido y yo cuando nos jubilásemos y decidí hacerlo yo sola, pese a las muchas pegas que puso mi hija Inés. Sin embargo mi nieta es opuesta a su madre. Me divierte Caperucita, que es una niña despierta, y aventurera, en la cual me veo reflejada, pero me carga tener ese compromiso: visitar a mi hija y su familia cada día. Prefiero que ni nieta venga a mi casa. Así que el famoso día en que la niña me iba a traer la comida (miel, limones y una botella de orujo), había fingido un resfriado para no tener que acudir a casa de Inés. Estaba cambiándome cuando sonó la puerta. Me dirigí a ella en bragas y sostén, un modelito de encaje violeta del que me encapriché a mi paso por París. No soy mujer pudorosa en exceso, y, tratándose de mi nieta, abrí la puerta sin pensarlo. Me quedé paralizada al verlo.
Qué hombre más grande, qué nariz tan tremenda, menudas orejas, pensé, qué bocaza , qué ojazos, qué ...
Estaba tan impactada por el físico de Feroz que olvidé mi propia semidesnudez unos segundos, los justos para sentirme manoseada con la mirada chispeante del tipo aquel. Instintivamente, descendí mi vista hacia un bulto que crecía a marchas forzadas en el centro de los pantalones del hombre. Él percibió mi mirada de sorpresa y, con una sonrisa de oreja a oreja, extrajo el instrumento en un abrir y cerrar de ojos, y me lo mostraba babeando como un cerdo, como si de la joya de la corona se tratase, tomándolo con su mano como si la mismísima antorcha olímpica fuese. Sonreía Feroz mostrándome aquella bestialidad. ¡Qué grandeza, largura y anchura unidas en una especie de porra inflamada! Era feo, no podría decir lo contrario, pero tremendamente atractivo. Tan moreno y peludo, tan masculino y viril... estaba salido como un toro y echaba espuma por la boca al mirarme.
La verdad es que, a los sesenta, tengo una bonita figura y mi cara conserva los rasgos bien perfilados, un poco exagerados por las arrugas de rigor. Mis caderas lucen redondas y firmes y mis abundantes pechos todavía se ven palpitantes. Pero una ya no está acostumbrada a recibir miradas lujuriosas, de modo que me sentí halagada por semejante manifestación de hombría. Me divertía ver a ese tipo suplicando amor del más puro estilo carnal. Como estoy en esa edad en que la temperatura corporal oscila de calor a frío libremente, no me sorprendió la ola de bochorno repentino que cubrió mi rostro, mi cuello, mi escote ... Todo mi ser transpiró bruma y el rocío empapó mi modelito parisino.
Desde la muerte de mi marido no he tenido demasiadas oportunidades de sexo. Fui una mujer liberada en la época de la píldora y el amor libre, y lo soy ahora de mayor más en la teoría que en la práctica. Cuando un hombre atractivo se me pone a tiro, lo gozo en una de mis máximas: carpe diem. Feroz me tenía ganas y yo pensé: ¿Por qué no?
Era evidente que el tipo no quería robarme, solo buscaba sexo a toda costa. Lo haré por las buenas o por las malas, me decía su mirada lujuriosa. ¡Por las buenas, por las buenas!, pensaba yo, asombrada por mi ausencia de temor, por mi gallardía.
Para ser sincera, diré me estaba tentando aquel grosor, aquella pasión febril del fulano. A veces puede ser agradable ofrecer el propio cuerpo como calmante, y recibir lo propio, sin mayores vínculos.
- Pase por favor, y vayamos con calma. No hay prisas, por supuesto me había olvidado por completo de la visita inminente de Caperu. Pasó, ¡vaya si pasó! a trompicones con aquello saltando entre las piernas y se lanzó a quitarme el sostén sin pausa, como un lobo hambriento.
- Relájate muchacho, y todo irá bien.
Resultaba cómico que fuese yo la encargada de calmarlo a él. Pero Feroz estaba a piques de reventar. Jesús ¡cuántas venas hinchadas mostraba el maromo!.
- ¡Despacio, fiera! No tienes por qué apresurarte... Disfruta del momento, le decía, pero cualquiera entraba ahora en explicaciones zen sobre el gozo de la inacción dentro de la acción: se lanzaba ya entre mis piernas, el muy burro.
- ¡¡ Eh, quieto!! ¿ En qué siglo vives? Hay que ponerse un condón.
Se estuvo quietito mientras se lo colocaba. Me agaché frente a él para comprobar bien de cerca la monstruosidad de trompa que mostraba el elefante. Qué barbaridad, ni en mis fantasías más elaboradas hubiera podido imaginar algo tal. ¡Qué robustez y negrura!. Calibré su textura más como científico que como damisela enamorada, y allí arriba el de los colmillos afilados aullaba. Se lo coloqué bien colocado, lo arrastré hacia mi cama y me senté a horcajadas encima de él.
.- Déjame hacer a mí, que me da la espina que tengo mejor tino.
Estábamos en los quehaceres habituales de situaciones semejantes, cuando sonó el timbre.
.- ¡Mierda!, ¡¡Mi nieta!!, ¡¡¡Sal de mi cama, sal, venga, fuera!!!
Como el tipo no se movía, atontado, negando con la cabeza, haciéndome gestos para que no abriese, le pellizqué, con lo que aulló de dolor y allá fuera Caperu se asustó y rápida como el rayo buscó las llaves que hay debajo del felpudo. Me dio tiempo justo a echarle una colcha encima a Feroz, apagar la luz y lanzarme yo bajo la cama, sin tener claras las consecuencias de estas decisiones.
“Menudo error”, pensé en cuanto me vi a mí misma bajo la cama y a Feroz, entre mis sábanas, todavía ejercitando movimientos obscenos. Mi hija es moralista y mi nieta no tiene más de doce años de modo que me resultaba tremendamente violento que me cazase cepillándome a un hombre, y aun por encima a un hombre tan ordinario, tan feo.
Caperu llamó a la puerta:
.- ¿Estás ahí, Abue?
Yo muda, presa de pánico.
La abrió:
.- ¿Abuelita?, ¿estás dormida?
Hay que ver qué cosas se le vienen a una a la cabeza en semejante estado de excitación, cuando escuché que Caperucita preguntaba si estás dormida, recordé la famosa frase atribuida a Camilo José Cela “ No estoy dormida que estoy durmiendo, porque no es lo mismo estar jodida que estar jodiendo”. Eso precisamente es lo que hacía yo, querida nieta, estaba jodiendo.
Se acerca a la cama (puedo ver sus pies de botas negras) y el guardapolvos ridículo que le hizo Inés con tela de paño roja. Destapa con cuidado la colcha, ve una oreja (Feroz se había colocado de costado, tapaba su cara con un brazo, de modo que lo que mi nieta ve de él es su oreja.
.-Caray abuela,¡¡Qué orejas más grandes tienes !!
Feroz gira la cara y asoma un ojo.
.- ¡¡Qué ojos más grandes tienes!! ¡¡Que dientes más largos tienes!!”
Feroz no podía soportar más la cercanía de tan sabrosa muchacha y destapó su cuerpo mostrando la tremenda mandunga erguida.
.- Pero...¿ qué es eso?, chilló Caperucita.
Feroz estaba lleno de lujuria, inflado de una mezcla explosiva de concupiscencia y agresividad. Caperu dio un grito espantoso. Iba a por ella con lo cual no dudé al disparar. Siempre escondo una recortada bajo el colchón por si las cosas se ponen feas. Le di en la pierna, en un muslo, justo donde apunté. No le dañé ningún órgano vital, incluido aquel que era su objeto de soberbia. Salí de debajo de la cama, orgullosa de mi puntería. El tipo aullaba y se retorcía manchando todo de sangre y Caperu estaba nerviosísima. Se echó a llorar. No sabía a cual de los dos debía socorrer primero, si al herido o a la niña, de modo que agradecí tremendamente que el guardabosque anduviese por ahí, y se acercase en cuanto escuchó ruidos.
-¡¿Qué sucede aquí?!, vociferó desde la puerta. En cuanto comprobó el panorama, tomó cartas en el asunto. ¡ Qué tipo! Fue muy diligente, mientras yo calmaba a Caperu y me ponía algo de ropa encima (todavía no me había dado tiempo a recolocarme) esposó a Feroz, y le hizo un torniquete.
.- ¿ Qué hacemos con éste?
.-Déjele ir, no creo que le queden ganas de molestarnos.

Me dio un poco de lástima el bruto yéndose por su propio pie, cojeando y cabizbajo. Pero tenía bien merecido su castigo. Las niñas son intocables. De hecho cualquier mujer lo es salvo que exprese manifiestamente lo contrario. ¡ Qué cuernos! Cualquier persona lo es, y un hombre que no sabe respetar eso bien merece un tiro en el muslo. No me sentí culpable en absoluto, sino más bien todo lo contrario.
.- Ese no se vuelve a acercar por aquí, dijo el guardabosque.
Caperu y yo reímos abrazadas la una a la otra. Le dije a la niña que se marchase a su casa, a descansar y a decirle a su madre que todo estaba bien, no le fuese a llegar la habladuría y se asustase.
.- Sería mejor que tu madre no supiera nada de esto Caperu. No me dejará en paz.
El guardabosque sonrió, como si una gran empatía le uniese a mí. Una vez Caperu tomó el sendero, invité a Guarda a tomar una copa en el porche.
.- A los dos nos vendrá bien, dije.
Aceptó de buen grado. Es un tipo muy agradable, reservado, de pocas palabras, un hombre fuerte y sano, solitario como yo. Nos habíamos cruzado en varias ocasiones por el bosque y nos saludábamos cordialmente pero nunca habíamos tenido posibilidades de intimar. Debo llevarle unos diez años. Había buena química entre los dos, saltaba a la vista. Me ofreció un puro que acepté. Nos acomodamos en sendas tumbonas como dos viejos camaradas.
.-Tiene usted agallas, señora.
.- Bueno, una debe saber defenderse cuando la ocasión exige.
Me miraba risueño el Guarda, y me dio la impresión de que estaba ligando como ligan los hombres tímidos. Era ancho y musculoso, con barba rasurada y abundante pelo canoso. Su piel emanaba un ligero olor a oso limpio.
     Carraspeó:
No me extraña que el tipo ese, hubiera intentado molestarla.
¿ Por qué lo dice?
Bueno, cuando entré estaba usted ...
Sí, desnuda.
Eso-. Sonrió mostrando los dientes y me miró directamente a los ojos. - Es usted muy bella y supongo que Feroz se dio cuenta.
A Feroz tanto le daba la abuela o la nieta.”
Yo la preferiría a usted.
¿ Está usted flirteando conmigo, Guarda?
Bueno, siempre me ha parecido una mujer interesante. He de reconocer que con frecuencia merodeaba su casa buscando una excusa para visitarle.
Oh, no necesita usted excusas, venga cuando quiera.
Hay días de lluvia y frío que en el bosque son muy duros.
Tengo la chimenea encendida en días semejantes.
Sería magnífico poder venir, descalzarme, poner las botas a secar un rato ...
Se me saltaron las alarmas.
- Mire Guarda. No estoy en edad de andarme con remilgos y sutilezas: Si desea usted venir para calentarse y calentarme como hacen los adultos será bien venido, pero si lo que quiere es una madrecita que le temple los pies y le dé una sopa, mejor vaya a otra choza. Guarda me miró y supe que me resultaría muy, pero que muy difícil mantener mi independencia una vez se hubiese colado en mi casa y en mis entrañas. Pero lucharía por ello.